miércoles, 30 de octubre de 2013

¿Qué pasaría si los servicios secretos de España, Francia, Alemania o Reino Unido tuvieran su propio Snowden?

Félix Sanz Roldán, director del CNI. Foto: Chema Barroso.
Espías americanos que vigilan a españoles. Griegos que espían a americanos. Españoles que permiten a los americanos husmear en los asuntos personales de sus ciudadanos. Líderes políticos que amenazan con cortar relaciones con quienes espían cuando fueron ellos quienes acordaron con EEUU que América podía hacer lo que hacía.
El fuego cruzado entre aliados a cuenta del espionaje saca a relucir la suciedad con la que operan gobernantes y servicios secretos a ambos lados del charco. Pero, mientras unos y otros se tiran los trastos para salir al paso de las últimas informaciones periodísticas, como siempre, hay un perjudicado en todo esto que no puede alzar la voz porque nadie le acerca un micrófono.

El ciudadano medio asiste alucinado al cruce de acusaciones, indefenso ante lo que los periódicos apuntan que pueden haber hecho los políticos y sus subordinados con su intimidad, pasmado ante el descontrol con el que operan las máquinas que interceptan las comunicaciones y sus metadatos. Alguno –tras ver que hasta Rebekah Brooks pincha teléfonos– podrá incluso plantearse si no es él el único sobre la Tierra que no espía a nadie.
La mayor parte de la información que ha aparecido en los medios durante las últimas semanas se refiere a la actuación de los servicios secretos de EEUU. La razón, evidentemente, es que Edward Snowden –el traidor– ha desvelado documentos secretos de ese país. ¿Pero qué pasaría si en Francia, en España, en el Reino Unido o incluso en Alemania también saliera rana algún miembro de sus respectivos departamentos de inteligencia? ¿Qué contarían los documentos de esos espías rebotados?
En 2009, conté el La Gaceta el descontrol jurídico y administrativo con el que funcionó Sitel (y tecnologías similares) durante sus primeros años de funcionamiento, a principios de la década de los 2000, cuando la sociedad no podía siquiera imaginar que un software informático podía hacer seguimientos tan completos a una persona.
Ahora El Mundo revela que los servicios de inteligencia españoles facilitaron el camino del espionaje masivo sobre ciudadanos españoles a la NSA. ¿Realmente fue así? ¿Cómo lo hicieron? ¿Pusieron a disposición del organismo estadounidense su tecnología? ¿Les valía con la que ellos tenían? ¿Qué función en concreto realizó el CNI? ¿Y el resto de departamentos de seguridad nacional españoles? ¿Quién ordenó traicionar a los ciudadanos?
Y una pregunta más, que suele pasar más desapercibida. ¿Qué papel han jugado las operadoras de telefonía en todo este conglomerado de espionaje? No hay que olvidar que la tecnología española –Sitel y otros programas similares– permite acceder a los datos de las operadoras, pero que son éstas las que los almacenan y tienen que permitir la entrada de agentes externos.
Son muchas cuestiones, algunas muy técnicas, que no pueden quedar sin respuesta y menos aún en un mundo que se dirige hacia una cultura de la transparencia de la que tanto alarde hace el actual Gobierno. Ya no vale lo argumentado por el ministro de Defensa, Pedro Morenés, de que lo que es secreto debe permanecer en secreto. Ninguna administración, ningún gobierno, ninguna empresa puede tratar a los ciudadanos como sospechosos, como potenciales delincuentes, que es lo que ocurre en un espionaje masivo. Los delitos, ministro, no pueden quedar impunes por mucho que se hayan llevado a cabo en secreto.

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